Revista de Artes y Humanidades UNICA
Volumen 24, Edición Especial 2023, pp. 201-214
Universidad Católica Cecilio Acosta Maracaibo - Venezuela
ISSN: 1317-102X e ISSN: 2542-3460
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Platón y el dilema de las cuatro pantallas
Línea: tecnología de la educación
VIVANCO SAAVEDRA, Luis
Universidad del Zulia
Escuela de Filosofía
Maracaibo - Venezuela
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.11538825
Resumen
El texto realiza un breve y sencillo comentario sobre la relación de la alegoría platónica de
la caverna, expresada en el libro VII de La República de Platón, con los nuevos medios
artísticos, informáticos y comunicacionales de los últimos cien años. Se toman en cuenta
algunas de las características históricas de los desarrollos de cine, la televisión, las
computadoras y los teléfonos celulares. Tales medios serían las cuatro pantallas a las que
alude el texto. Contra algunos excesos y errores en el manejo y consideración de esos medios,
se lanza la necesidad del diálogo como herramienta no solo para buscar y alcanzar la verdad
en muchos temas, sino como modo mismo de elevación del hombre a una mejor comprensión
de sí mismo y su sentido en este mundo.
Palabras clave: Platón, Alegoría de la caverna platónica
Plato and the Dilemma of the Four Screens
Abstract
This text makes a brief and simple commentary on the relation of the Platonic allegory of the
Cave, contained in Book VII of The Republic of Plato, with the new artistic, informatics, and
communicational media of the last one hundred years. Some historical characteristics of the
development of cinema, television, computers and cell phones. Such media would be the four
screens dealt upon in the text. Against some excesses and mistakes in the management and
consideration of such media, the text stresses the need of dialogue as a tool not only to search
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and reach truth in many topics, but also as a mean of elevation of man towards a better
comprehension of himself and his meaning in this world.
Keywords: Plato, Allegory of the Platonic cavern.
1.
1. INTRODUCCIÓN, O ENTRANDO A LA CAVERNA PLATÓNICA
En su obra La República, Platón nos dio uno de los temas y alegorías más
significativos y profundos, en el llamado mito de la caverna”. En realidad, es más adecuado
y exacto llamarla la “alegoría de la caverna”. Como en lo que sigue aludiré a dicho famoso
pasaje, quiero aquí volver a recordarlo ante ustedes. Está un poco hacia el final de la obra,
comenzando el libro VII de la misma.
1
1
A pesar de muy conocida, presento esta alegoría extractada textualmente: “… compara nuestra naturaleza
respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en
una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella
están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo
delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la
luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al
cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del
público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos. […] Imagínate ahora que, del otro lado del tabique,
pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y
madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan. […] …son como nosotros. Pues
en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas
por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí? ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan
los que pasan del otro lado del tabique? Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían
estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven? Y si la prisión contara con un eco desde la pared que
tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara creerían que lo que oyen proviene
de la sombra que pasa delante de ellos? … los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los
objetos artificiales transportados. Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de
su ignorancia, qpasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a
levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del
encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que
respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo
a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos
que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, […] se sentirá en
dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran
ahora? Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, […] le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose
hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le
muestran. Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta
la luz del sol, […] sufriría y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores
que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos? Necesitaría
acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las
sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y
los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la
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Esta alegoría clásica, ha convocado la atención de quienes han meditado sobre ella,
aludiendo a distintos temas que pueden relacionarse con lo que en ella se expresa, desde lo
religioso y lo místico hasta lo científico y lo poético, pasando por lo moral y lo político
también. Pero quizá su sentido más hondo tenga que ver con lo que llamamos ‘educación’.
Es por eso que lo he traído a colación en esta ocasión.
En esa alegoría, que tiene diversos sentidos, a modo de registros de un código que
puede variar si se habla de arte, ciencia o política, está descrito figurativa y poéticamente el
fenómeno de la educación. Ésta es quizá lo más complejo que le advino al hombre como
tarea. Su etimología, educere, nos dice que ella consiste o consistió originalmente en sacar
de una persona lo que ella trae al mundo de su parte, su contribución personal a la existencia.
Es una tarea dificilísima, porque supone enseñar a una persona a conocerse a sí misma, y una
vez que empieza a hacer esto, enseñarla a gerenciarse o administrarse a sí misma, sobre todo
luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol. Finalmente, pienso, podría
percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es
en sí y por sí, en su propio ámbito. Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las
estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que
ellos habían visto. Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces
compañeros de cautiverio, […] se sentiría feliz del cambio y los compadecería? Respecto de los honores y
elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las
sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado
habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, […]
estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? […] le pasaría como al
Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier
otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida. Piensa ahora esto: si descendiera
nuevamente y ocupara su propio asiento, […] tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar
repentinamente del sol. Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con
aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se
reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que
se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena
intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, […] lo matarían, si pudieran
tenerlo en sus manos y matarlo […] debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho,
comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la moradaprisión, y la luz del fuego que hay
en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el
camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo
que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a me parece es que lo que dentro
de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es
la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y
que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla
en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
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desde el punto moral. Pondré algún ejemplo: Esta tarea, que exige el mayor respeto de los
padres (aunque, paradójicamente, a quien se le exige e inculca el respeto es al hijo), dura
desde que el niño nace hasta que el adulto muere. Ciertamente, hay periodos más
significativos e intensos en este proceso, sobre todo los que van desde los primeros años hasta
la adolescencia. A veces el niño trae al mundo una vocación o unos rasgos que no tienen nada
que ver con lo que son sus padres o sus tradiciones familiares. A veces es un gimnasta en una
familia de sedentarios, o un músico en una familia en la que no ha habido músicos en
generaciones, o un bioquímico en una familia donde por generaciones nadie ha accedido al
bachillerato. Los niños pueden traer cosas como esa y más, a veces varios talentos al mundo.
Toca a la familia primero, y luego a la escuela, no solo descubrir el alcance de tales talentos,
sino cómo no interponerse ni obstaculizar su desarrollo, sino al contrario: otorgarles todo el
espacio y estímulo que necesitan. Estímulo no es, como mucha gente cree, dar aliento con
palabras o dar ayudas económicas. Ambas cosas son importantes, pero no son lo más
importante. Estímulo es dar retos, pruebas y desafío a esa alma que trata de abrirse paso en
un camino especial. Tareas y ejercicios que ayuden a desarrollar eso que se trae al mundo,
que ayudan a educir eso que se trae el mundo, eso es educar, en ese sentido de sacar lo que
una persona trae dentro para dar al mundo. Esta, para muchos, y para también, es la
primera meta educativa.
Para Sócrates, según nos lo relata Platón, ese educir venía primeramente con lo que
aparece como lo más importante, o al menos una de las facetas humanas más importantes:
saber o tener el conocimiento suficiente y funcional más accesible del mundo que nos rodea.
El objetivo de ello era para manejarnos en esto que llamamos vida: sabiendo y conociendo
lo mejor posible las cosas a nuestro alcance y las más pertinentes. Ese saber, que se produce
y crece en nuestras mentes, en ideas sobre las cosas (conceptos, referencias, definiciones)
¿Cómo lo expresamos? Por medio de palabras, que son nuestros hilos entre las cosas y las
ideas. Luego, hace falta aprender el dominio de las palabras. No simplemente conocer
algunas palabras, sino todas las más que podamos saber. Ellas son uno de nuestros principales
medios o herramientas para manejarnos en el mundo y en la vida. Luego, este aprendizaje de
cómo conocer y manejar las palabras sería la segunda meta educativa, tan importante si no
más que la primera. Pero, a diferencia de la primera, que era competencia mayor y absoluta
del educador, esta segunda meta educativa sería responsabilidad principal del educando.
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Platón, para muchos el principal discípulo y vocero de Sócrates, al punto de que en
muchas partes no se sabe si sus textos expresan la doctrina del maestro o del discípulo, vertió
esta doctrina sobre el intercambio de palabras en sus textos inmortales. Sus textos son
diálogos, y la misma palabra, ‘diálogo’, alude a este hecho principal de pasar palabras entre
interlocutores. En este sentido, como nos lo recordó Borges en una hermosa intervención,
Platón fue el inventor de la conversación, es decir, de la conversación culta, entre personas
inteligentes. Sobre todo, se trata de que, en este intercambio de palabras o diálogo, lo que se
busca, con palabras simples y comunes del día a día, es alcanzar verdades.
Alcanzar verdades quizá no trascendentales ni tan importantes, pero verdades al fin.
Verdades de las cuales se podía pasar a verdades mayores y de estas a otras todavía mayores,
en un proceso dialógico o dialéctico que quizá no es fácil, ni tiene por qué serlo, pero que es
posible para todo humano adulto sano de mente.
Los dos objetivos antes esbozados han constituido, con variantes y diversos grados
de intensidad o esfuerzo, los de las diversas formas de educar a la humanidad. Ciertamente,
el primer objetivo a veces no ha sido muy tenido en cuenta, y lo paradójico en esto es que ha
sido tenido menos en cuenta en las civilizaciones más avanzadas que en la menos avanzadas
o aún en culturas más libres y menos desarrolladas. Es decir, en las grandes civilizaciones,
incluidas las actuales, a las personas se las encamina, desde su más tierna niñez, por la ruta
vocacional que deben seguir, en vez de estar atentos a sus idoneidades y orientaciones.
Aunque la finalidad de tal encarrilamiento vocacional es buena (= que se puedan ganar la
vida en un oficio con el cual puedan contribuir a la sociedad), también es verdad que quedan
allí pospuestas las posibles expectativas y posibilidades que la persona pueda tener.
Encontramos con frecuencia, aún en nuestra época, a muchas personas que nos dicen Yo
querría haber estudiado tal cosa, pero mi familia pensó que era mejor que hiciera tal carrera”
o “Yo quería haber sido tal cosa en la vida, pero me hicieron estudiar para otra profesión”.
Sin embargo, es de notar que esta situación descrita es un problema más netamente
contemporáneo, puesto que hasta hace dos siglos al menos, la inmensa mayoría de las
personas de la población humana ni siquiera se planteaban que iban a ser en la vida, puesto
que desde un principio se les entrenaba en la profesión de sus padres o su familia, y asumían
y aceptaban eso como algo inexorable. Que haya surgido ese problema vocacional indica el
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grado de libertad alcanzado por grandes masas de individuos a lo largo de los últimos dos
siglos.
Y es eso lo que convoca hoy la atención a esta pregunta: ¿Son válidos todavía hoy
los planteamientos educativos de un pensador de Platón, que existió en una época sin los
adelantos tecnológicos que hoy tenemos? En lo que sigue intentaré mostrar que no solo
siguen vigentes muchas de las ideas de Platón, sino que en mucho se adelantó a esos mismos
problemas tecnológicos que hoy surgen con relación al tema de la educación humana.
2. LA CAVERNA PLATÓNICA Y NUESTRAS PANTALLAS CONTEMPORÁNEAS
Cuando hace alrededor de 130 años comenzaron los primeros ensayos del medio
cinematográfico varios llegarían a pensar que ese nuevo modo de expresión artística
representaba una versión de la producción de esa alegoría de Platón. Y es un símil justificado
en muchos aspectos. Pero hay algunas cosas que deben considerarse antes de establecer una
postura frente a esa alegoría de Platón o aún frente al fenómeno del cine. Las visiones más
simplistas, que siempre son las más flojas, o rechazan la complejidad implicada en dicha
alegoría y en la cinematografía o declaran unívocos y poco trascendentes los sentidos de
ambas. Ambas perspectivas lucen estrechas por lo extremas, y pierden la riqueza óptima de
dichas expresiones.
Empecemos con el cine, un descubrimiento netamente contemporáneo. Dependió en
sus inicios de descubrimientos previos en cuestiones sobre fijación de imágenes y proyección
de estas en secuencias temporales. Se trata de cuestiones que venían explorándose desde
hacía cientos de años, pero solo en el siglo XIX se pudo dar con una confluencia de adelantos
técnicos que permitieron el registro de imágenes en movimiento que hoy llamamos
‘cinematografía’.
Aunque los primeros registros cinematográficos fueron hechos más de manera
documental y muy sencilla (aunque muy impresionantes para los espectadores de la época),
como filmar la salida de una fábrica, o la llegada de un tren, más tarde se descubrieron las
posibilidades más artísticas y narrativas de ese nuevo medio, y nació no solo la tradición
fílmica que hoy principalmente conocemos, sino todo un género que elaboró una nueva forma
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de narrar historias y argumentos. El impacto de este segundo desarrollo de la historia fílmica
en la historia universal y del arte es bien conocido, y no puedo elaborar aquí en sus
interesantes características.
Dicho impacto fue múltiple, y no solo surgió el cine como una forma de arte, sino
como una forma de producción económica nada irrelevante, pues desde un principio generó
trabajo para miles de personas, y, tanto o más importante aún, produjo grandes ganancias que
potenciaron el desarrollo de una industria que fue veloz hasta lo legendario, y que dio al cine
su apodo de “fábrica de sueños”. Ciertamente, que era y es una brica, y de diversos sueños.
Y esa diversidad nos habla de la ambivalencia del cine mismo. Ya en líneas anteriores he
hablado de él como una forma de arte (de hecho, se le llama “el séptimo arte”), pero ¿acaso
todo lo que se hace en cine es arte? Preguntemos otra cosa también válida: ¿Todo lo que se
hace en cine es divertido, entretenido, interesante, ameno? Es una pregunta que pone en
cuestión la naturaleza misma del cine o, si se quiere, del “producto” cinematográfico. Pero,
dada la complejidad misma del fenómeno del cine, surgen todavía más preguntas, y una
tercera, ya más platónica o filosófica, sería: ¿Acaso todo resultado cinematográfico es bueno?
O sea, ¿Acaso no hay películas malas? Ciertamente que las ha habido y las habrá. Como todo
lo humano, el cine es susceptible de llegar a la excelencia o descender a lo deleznable.
Esta oposición de cosas que encontramos en el cine llevó desde un principio a muchos
a querer exigir de la nueva técnica los mejores resultados para la humanidad, de una manera
eticista o queriendo ejercer una estética taxativa que al menos a mí me luce fuera de lugar y
con un cierto sabor poco grato a utopía, como si cada nuevo invento o adelanto alcanzado
por el hombre solo pudiera servir para procurar lo bueno en un solo sentido, cuando en
verdad, todo lo hecho por el hombre es susceptible de los más variados usos e
interpretaciones, inclusive algunas cuestionables o francamente malas. Aceptar eso es parte
del carácter tolerante de la acción humana, pero querer reprimir o censurar lo producido por
el hombre porque puede tener mal uso, es resultado de una visión bastante maniqueísta de la
existencia, que prioriza los fines de la ética sobre la práctica de la libertad. Yo prefiero la
libertad con sus peligros a las censuras éticas, pero respeto éstas en la medida que sean
razonables o trascendentales.
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Sin embargo, la cuestión del cine, vista históricamente, nos muestra que desde un
principio se cuestionó esta incidencia ética del nuevo medio, y ello se hizo en mayor medida
que con otras artes, como la pintura o la escultura. Resultado de tal actitud es que, ya al
principio de la historia del cine, hubo producciones que trataron de mostrar ideas culturales,
políticas y sociales que hoy nos lucen cuestionables o reprobables, pero que estaban
presentadas de una manera estética de tan alta calidad, que obligaban a separar en el producto
su incidencia como producto moral y político y su incidencia como producto artístico
excelente.
Por otro lado, una de las relaciones que se empleó para interpretar o entender al cine
fue la de éste con el teatro. Ciertamente hay muchas relaciones entre ambos. Ambos ocurren
en un espacio especial. Ambos requieren de una ambientación especial, ambos emplean
actores, en ambos hay una trama, una argumentación. Sobre todo, en ambos se intenta
alcanzar una relación emocional con un público. También hay diferencias entre ambas clases
de artes, y quizá la más dramática o prosaica sea que el cine es mucho más productivo
económicamente como industria, que el teatro. Pero quizá la diferencia más importante entre
ambos es que el teatro es algo real: son dos personas de carne y hueso, humanos como uno,
que están representando una ficción; hay una relación con un público, tácita relación,
inaparente, casi insensible, pero ¿acaso no es así también con frecuencia nuestra relación con
lo divino y lo sobrenatural? Algunas veces, raras veces, los actores recurren al público, y éste
deja de ser esa inerte “cuarta pared” de la que hablaba Stanislavski. Algunas veces, el público
participa. Pero en general, el público es un espectador, a modo un poco de ese antiguo coro
griego que está en algunas obras de los grandes dramaturgos de la antigüedad helénica, y que
tiene como cometido comentar las acciones y orientar las preocupaciones de la trama.
En el cine no hay tal sutileza, no hay tal relación con un público sino de una manera
indirecta. Lo que vemos en la pantalla es una representación, pero, en cuanto a ser, no es algo
real, en el sentido de ser lo que allí se representa. El avión que vuela en la pantalla, el barco
que se hunde, la pareja que se besa, la montaña en el horizonte, etc. Nada de eso está allí.
Estuvo quizá en algún momento, pero como sabemos, la mayoría de lo que vemos en pantalla
está dentro de un estudio de cine, y pocas veces se emplean escenarios o lugares reales para
la acción. Y en todo caso, lo que veríamos no serían esos escenarios y lugares reales, sino la
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filmación de esos escenarios y lugares. En este sentido, el cine es una ilusión, una mentira,
pero ya dijo Picasso una frase genial, y no referida precisamente al cine sino al arte que él
más practicó: la pintura. Decía: “El arte es una mentira que nos ayuda a encontrar la verdad”.
En este sentido, el cine ha sido una de las formas de arte que más nos ha impactado con
respecto al asunto de pensar nuestra existencia y el sentido de la vida. Ciertamente, también
nos ha divertido y emocionado y hasta nos ha querido envenenar políticamente, y ha podido
envilecer la vida de millones de personas también con producciones sicalípticas cuyos
perjuicios a las mentes humanas es mucho mayor que cualquier posible mínimo beneficio
que supuestamente aporten. Pero, en este sentido de ser un heraldo de la distracción que nos
quita de la conciencia contemporánea o de ser un desviador de esa misma conciencia, el cine
constituiría la primera pantalla moderna problemática. Algo de lo que aquí planteo está
expresado en una hermosa película dirigida por Woody Allen, llamada La Rosa Púrpura de
El Cairo.
En todo caso, esta primera pantalla contemporánea no ha sido tan problemática como
lo fue la que vino después.
3. La segunda pantalla contemporánea: la televisión
Aunque el principio de la televisión fue desarrollado por Nipkow en 1884, y las
primeras transmisiones efectivas de eventos a través del medio televisivo se hicieron en
Alemania y Estados Unidos a fines de la década de 1930, la televisión, más o menos como
hoy la conocemos, como un medio de difusión comercial, nació en 1948.
Por un lado, la televisión parecía cumplir unas metas o unos sueños que parecían el
anhelo de la mayoría de las masas. En principio, una de las cosas que ella implicaba era que
todo lo bueno del cine ahora se podía alcanzar desde la propia casa. No había que salir a una
sala especial, sino que en la comodidad del hogar teníamos lo mismo, y a menos precio. Eso,
por un lado. Pero luego estaba lo siguiente: podíamos tener acceso a esta segunda pantalla
no un día a la semana o dos, sino todos los días, y a todas las horas del día, y podíamos elegir
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entre diversas fuentes o “canales” de emisión televisiva.
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La televisión traía tantos evidentes
beneficios, que a la vieja malicia humana le cabía preguntarse qué pedía a cambio. Era
evidente que se trataba de un medio comercial, y el conjunto de producciones que se
transmitían (películas, series, programas de información, conciertos, entretenimiento,
espectáculos, etc.) eran sostenidos por estructuras mercantiles muy elaboradas y fuertes, lo
que convirtió a la televisión en uno de los mejores negocios contemporáneos.
Pero los problemas, nuevos problemas que originó el nuevo medio, y que no podían
haber sido pensados antes, hicieron que la televisión fuera vista como un elemento que
juntaba placer y amenaza. Uno de los efectos fue sobre los niños. Empezaron a perder
concentración y destrezas de memoria. En la década de 1950 todavía eso no se hizo tan
evidente, debido a perversas teorías educativas de moda que demonizaban la memorización
(la llamaban “memorismo”), y se hizo más énfasis en la ‘comprensión’. Inclusive se habló
de promover una “televisión educativa” (que, por cierto, era la que menos veían los niños).
Pero los peores efectos fueron en la alta cultura, que empezó a descender en sus niveles y
estándares. La excusa de esto fue que era necesaria una masificación de la información. Pero
el resultado, reconocido veinte, treinta y cincuenta años después, fue la mediocrización del
medio mismo, y se habló de las “promesas rotas” de la televisión (sabrá Dios cuando la
industria televisiva hizo tales promesas). Es decir, el resultado fue muy parecido al de quien
compra un producto creyendo en su propaganda, y luego espera que todo lo que le dijo la
propaganda sea verdad. Se pensó después que alternar la televisión con la visión de videos
independientes (Betamax, VHS, etc.) por parte del televidente era una solución. Pero no lo
fue. Luego apareció la televisión por cable y se pensó que con eso mejoraba el medio (aparte
de que se ampliaba la oferta, que en nuestro país pasó de trece canales a más de
setentaicinco), pero eso tampoco resolvió en cierto modo el problema que veían sociólogos
y antropólogos entre otros, y era que el medio no parecía capaz de ofrecer una mejor calidad
de producto, y la calidad existente tenía a decrecer. Para muchos, la solución, evidente, era
evitar el medio, abstenerse de ver televisión. Eso fue una de las hazañas personales más
fuertes de nuestra época, y muy pocas personas renunciaban a la televisión. En realidad, no
tenía sentido tal renuncia. El medio no ofrecía más de lo que podía hallarse razonablemente
2
Al principio, las emisiones terminaban a medianoche, pero dos décadas después la mayoría de los
canales transmitían las 24 horas de los siete días semanales
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en él, y como todo en la vida y el mundo, lo bueno era poco y lo malo o lo mediocre era lo
predominante. Se trató siempre de un consumo que tenía que ser moderado, como si se
tratara de una droga que induce a la abulia. Hoy en día, cuando pensamos en las docenas de
horas semanales de nuestra vida de niños, adolescentes y adultos que transcurrieron viendo
esa pantalla, nos parece que mucho de ello fue insulso, anodino. Hubo, claro está, muchas
cosas buenas, pero lo malo predominó. ¿Cuántas de esas horas recordamos? Muy poco. En
este caso, la segunda pantalla se aproximó a la de Platón no solo por la posible visión
deformada de la realidad que ofrecía, sino por lo difícil de escapar de ella.
4. LA TERCERA PANTALLA SE VISTE DE (IN)FORMACIÓN: LA
COMPUTADORA
La computadora u “ordenador”, como dicen en España, también tuvo larga data, si lo
miramos históricamente. En principio, se relacionó con máquinas de calcular, y algunas de
estas, como el ábaco, son tan viejas como los milenios. Pero en el siglo XVII se empezaron
a crear máquinas mecánicas para cálculos rápidos y efectivos que anunciaban lo que había
de venir en siglos más adelante.
En el siglo XIX, Herman Hollerith desarrolló un sistema para el conteo de datos en
los censos de población de Estados Unidos, y lo hizo a través de tarjetas perforadas, en las
cuales, cada perforación significaba un dato. Luego este sistema se aplicó a otros
ordenamientos de datos, y para la década de 1940 ya se tenía una máquina a la cual se le
podían encargar cálculos extremadamente complejos, que habrían necesitado a centenares de
hombres durante décadas haciendo sumas y restas día y noche para realizarlos, y que ella los
podía hacer en solo unos días: estaba naciendo lo que serían las computadoras actuales (y ese
mismo cálculo que tomó a las primeras varios días hoy se realiza en fracciones de segundo).
Es evidente que una máquina tan eficiente y útil iba a entrar, tarde o temprano, en el
campo de trabajo. Pertenezco a la generación que conoció un mundo donde eso no existía,
luego existió, de una manera algo aparatosa (un computador podía ocupar un cuarto completo
de cinco por cinco metros). Hoy, una máquina mucho más potente que esa se puede llevar en
un maletín y es liviana…
Ciertamente, si en un campo es válido hablar de “revolución”, es en este, de la
informática. Pero aquí lo que se absorbió no fue el tiempo y el intelecto dedicado a la
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distracción y entretenimiento, como con la televisión, sino el campo de trabajo. De ser una
herramienta a la cual los trabajadores veían con recelo y fastidio de tener que aprender a
manejarla, se convirtió en una herramienta sin la cual simplemente era imposible o
impráctico realizar cualquier trabajo. Empezó a reemplazar las destrezas mentales, luego la
escritura, y hoy abarca muchos otros ámbitos que no estaban en su plan original. En una
computadora laptop, por ejemplo, podemos ver películas o series, podemos calcular
cuestiones matemáticas, físicas, podemos conectarnos con el mundo más allá de nuestras
fronteras, podemos ver imágenes de arte, podemos pervertirnos y envilecernos, podemos
elevarnos y santificarnos, podemos hacernos mejores o peores. Y aparte de todo eso,
podemos trabajar, ganarnos la vida. Es esta una pantalla de la cual, si planteamos la
independencia, nos arriesgamos a que nos digan, con razón: “¿Y por qué querría yo
separarme de mi máquina?”. Ciertamente, ¿por qué?
Lo primero quizá sería por razones de salud. La relación con la máquina es tan
cómoda, tan perfecta, que podemos estar horas frente a ella, sin ni siquiera levantarnos a
estirar los huesos.
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Tenemos la excusa de que no estamos divirtiéndonos, sino trabajando,
haciendo nuestro oficio…
Todo lo que nos evoca tal excusa es que hace falta potenciar, o, como se suele decir
ahora, empoderar nuestra voluntad y decir “hasta aquí sigo. Me levanto y al menos tendré
media hora, una hora de receso”. Pero, el adelanto y progreso técnico, que nos dio tanto al
darnos una máquina como la computadora, no puede darnos una mejor voluntad. Esa la
debemos construir nosotros mismos. Paradójicamente, escribo esto, después de horas de
trabajo… en la computadora.
5. LA CUARTA PANTALLA: ¿LA MÁS PODEROSA?
El cine, con respecto al teatro, era algo más pequeño y flexible. La televisión frente
al cine es aún más pequeña. La computadora frente al televisor es todavía más pequeña. Pero
la última pantalla ya nos cabe en el bolsillo: es el teléfono celular, llamado en España
“movil”. Podemos llevar un mundo en el bolsillo. Es curioso que, el mismo alcance a cosas
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No mencionados aquí, claro, son los efectos nocivos en sistemas digestivos, respiratorios, circulatorios, y
daños motrices en brazos, manos, problemas de la vista, etc.
Vivanco, L. Platón y el dilema de las cuatro pantallas
Revista de Artes y Humanidades UNICA 213
como imágenes y filmaciones sobre lugares lejanos o hechos históricos, las podemos ver en
el cine, o en la televisión, o en una computadora, o también en un teléfono. Con éste, podemos
ir a cualquier lado y estar en casi todos los sitios consultándolo.
También nos podemos hacer más santos o más diablos con un celular. Como en los
casos anteriores, el problema de tales cosas no está en ellas mismas, sino en su relación con
nosotros. Mejor dicho: el problema somos nosotros. Como en el caso de un buen licor
finísimo y que causará mucho mal a quien no sabe beber y lo bebe, aquí estos medios
maravillosos no sirven en el caso de personas que no estén preparadas moralmente para
manejar esos medios. ¿Significa eso que se necesita, se necesitaba, una preparación moral
para aprovechar esas cosas? Si no fuera así, ¿Qué es entonces lo que nos ha enseñado la
historia y qué hemos aprendido de ella? El celular, por ser una cosa mucho más personal que
todo lo anterior, es lo que más cuesta a la voluntad de imponérsele y ser libre ante él. El reto,
como siempre, como hace dos mil trescientos años, y como ayer y hoy, es saber ser libre.
Ciertamente, el celular representa y ayuda a una gran libertad. Personalmente puedo
atestiguarlo, pero creo que cualquiera lo puede hacer. A veces llegan personas a hablarme y
no me interesa contestarles, y una llamada de celular me ayuda a interrumpir lo que me dicen,
y me permite pensar en cómo contestar lo que me preguntan, o me permite idear una forma
de librarme de ellos. El celular hace que toda espera pueda ser entretenida. El celular
inclusive nos ayudaría a aprender cosas, leer obras (ya no será en libros, sino en archivo
digital, pero eso es mejor que no leer nada). Sin embargo, también son muchas las paradojas
de este aparato contemporáneo. Una de ellas es que nunca antes habíamos tenido más medios
para poder estar en contacto con familiares y seres queridos, y nunca antes hemos estado, en
las civilizaciones avanzadas, menos en contacto con nuestros seres queridos como ahora.
6. A MODO DE CONCLUSIÓN
Para ser justos con el tema, hay que también decir que la alegoría de Platón es bastante
forzada por lo inverosímil. Los hombres en la misma están presos desde su infancia “con las
piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de
ellos”. Es una situación irreal, improbable, y hasta rebuscada, porque en las épocas en que
existía la esclavitud, este no era el modo de emplear los esclavos.
Vivanco, L. Platón y el dilema de las cuatro pantallas
214 Revista de Artes y Humanidades UNICA, Volumen 24, Edición Especial 2023, pp. 201-214
Universidad Católica Cecilio Acosta Maracaibo Venezuela. ISSN: 1317-102X / e - ISSN: 2542-
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Sin embargo, también hay intuiciones sorprendentes en el texto. Platón dice que tales
personas están uncidas por cadenas que “les impiden girar en derredor la cabeza”. Sucede
que, con las últimas pantallas, de los celulares, a muchas personas que van viéndolas
ensimismadas en la calle les ha sucedido ser atropelladas por vehículos, y ello ha causado
varios muertos. Quizá las otras pantallas no sean tan violentas a este respecto, pero, como
ya he anotado, hablando de las computadoras, el estar trabajando frente a ellas durante
muchas horas ha causado problemas de salud a decenas de miles de personas.
Quizá la mejor lección de Platón a este respecto sea justamente la necesidad de
atender y cuidar el diálogo, pero el diálogo real, con personas semejantes, no con máquinas,
no con “chat gpt” u otro artilugio cibernético. Sabemos, por la historia y la antropología, que
nos hacemos humanos con otros humanos. Pero no es suficiente el simple estar con los
demás humanos: hay que hablar con ellos, hay que extraer de nosotros el don de la palabra,
sacar de nuestro interior la palabra misma, aún si ella en su banalidad oculta más de lo que
dice. Porque es en ese intercambio de palabras donde no solo respetamos y honramos la
humanidad de la otra persona, sino que recuperamos y reconstruimos nuestra propia
humanidad.